Un simple apodo puede parecer inofensivo, pero en la infancia las palabras que recibimos marcan profundamente nuestra forma de vernos a nosotros mismos. Ya sea dicho con cariño, con burla o con indiferencia, un apodo puede convertirse en una etiqueta que acompañe durante años, influyendo en la autoestima, la seguridad y la identidad personal. En este artículo, desde Espai Nun, psicólogas en Terrassa, exploramos cómo y por qué los apodos afectan, y qué hacer si aún hoy notas su impacto.
¿Por qué los apodos marcan tanto en la infancia?
La identidad infantil en construcción y el poder de la palabra
Durante la infancia, la identidad está en plena formación. Todo lo que recibimos del entorno —miradas, gestos, comentarios— contribuye a construir la imagen que tenemos de nosotros mismos. En ese contexto, los apodos tienen un peso especial: pueden reafirmar cualidades o señalar diferencias, moldear roles dentro de un grupo o marcar heridas profundas.
Cuando un niño o una niña escucha de forma repetida un apodo, puede llegar a interiorizarlo como parte de quién es, aunque no lo haya elegido ni le represente. Lo que empieza como una broma puede convertirse en una voz interna que lo acompañe mucho tiempo después.
Apodos cariñosos, burlones o peyorativos: no todos impactan igual
No todos los apodos son dañinos, pero su impacto depende de muchos factores: el tono, la frecuencia, el contexto y cómo lo vive la persona que lo recibe. Un apodo aparentemente amable puede doler si se usa de forma condescendiente o si la persona no se siente identificada con él.
Los apodos peyorativos o burlones, en cambio, suelen dejar una huella más profunda. Ridiculizar una característica física, un rasgo de personalidad o una dificultad concreta puede generar vergüenza, retraimiento o sensación de ser “diferente” o “menos” que los demás.
¿Qué papel juega el entorno familiar y escolar?
El impacto de un apodo no depende solo de quién lo dice, sino también de cómo reaccionan los adultos y el entorno cercano. Si en casa se minimiza el malestar (“es solo un apodo”, “no te lo tomes tan a pecho”) o se refuerza con risas, la persona puede sentirse aún más sola y sin espacio para expresar lo que siente.
En el contexto escolar, los apodos suelen estar relacionados con la necesidad de encajar, marcar jerarquías o diferenciarse. Si no hay intervención por parte del profesorado o el grupo, el apodo se naturaliza y se convierte en parte de la identidad social del niño o niña, más allá de su voluntad.
Efectos emocionales de los apodos en la autoestima y la autopercepción
Cuando un apodo limita cómo te ves y cómo actúas
Hay apodos que se quedan pegados a la piel. Marcan el terreno de lo que uno “puede” o “no puede ser”. Por ejemplo, si siempre te llamaron “el tímido”, puede que con el tiempo dejes de atreverte a hablar, a proponer o a mostrar tu opinión, aunque ya no te reconozcas en ese rasgo.
Lo más complejo es que ese apodo se convierte en una narrativa interna que condiciona decisiones, relaciones y expectativas personales. Y todo ello, por una etiqueta que quizás nació de una broma… pero que acabó moldeando parte de tu personalidad.
Vergüenza, inseguridad y miedo al juicio: heridas silenciosas
Muchos apodos generan una exposición que no siempre se desea, especialmente si señalan algo físico o una diferencia visible. La persona puede empezar a sentirse observada, juzgada o fuera de lugar, lo que activa una sensación de vergüenza difícil de compartir con otros.
Esa vergüenza suele ir acompañada de inseguridad, miedo al juicio externo y tendencia a ocultarse o a minimizar su presencia, para evitar volver a ser el centro de una burla. Aunque pase el tiempo, ese miedo puede reaparecer en entornos nuevos, como el trabajo o las relaciones sociales.
La interiorización de etiquetas y su impacto en la vida adulta
Lo que empieza como un apodo puede convertirse en una creencia limitante. “Soy torpe”, “nadie me toma en serio”, “soy la rara”, “no valgo para esto”… son frases que a veces nacen de cómo nos nombraron en la infancia, y que seguimos repitiéndonos sin darnos cuenta.
Estas etiquetas no solo condicionan la autoestima, también influyen en las decisiones que tomamos: con quién nos relacionamos, qué nos atrevemos a hacer, qué roles asumimos o evitamos. Por eso, es importante identificar qué frases te acompañan desde entonces… y si aún hoy siguen marcando tu forma de vivir.
¿Siempre dejan huella? Factores que influyen en su efecto
La frecuencia, el tono y la intención con que se usan
El impacto emocional de un apodo no depende solo de su contenido, sino también de la frecuencia con la que se repite, el tono en el que se dice y la intención que lo acompaña. Un apodo aislado, dicho con cariño y validado por la persona que lo recibe, puede incluso reforzar el vínculo o generar pertenencia.
En cambio, cuando un apodo se repite de forma constante, especialmente si va acompañado de burla o desdén, puede convertirse en un mensaje implícito que hiere: “así te vemos, y así deberías ser”. Y si no se ofrece espacio para cuestionarlo o dejarlo atrás, acaba fijándose como parte de la identidad.
La capacidad de reparación del entorno cercano
Cuando una persona expresa que un apodo le molesta, lo más importante es cómo reacciona el entorno. Pedir perdón, dejar de usarlo y validar el malestar son gestos que reparan. Pero si se ignora, se niega o se ridiculiza esa incomodidad, se refuerza aún más la herida emocional.
Resiliencia, carácter y acompañamiento emocional
No todas las personas viven los apodos de la misma forma. La personalidad, el contexto emocional y el acompañamiento que se haya tenido en casa o en la escuela influyen mucho en la capacidad de resiliencia. Aun así, incluso quienes aparentan “llevarlo bien” pueden guardar dolor que nunca expresaron.
Por eso, hablar de estos temas en la adultez puede abrir puertas a revisar aspectos de la identidad y sanar emociones antiguas que aún tienen efecto en el presente.
La terapia como espacio de reconstrucción y liberación
En muchos casos, los apodos arrastrados desde la infancia se convierten en etiquetas que seguimos cargando en silencio, incluso sin darnos cuenta. La terapia permite detenerse a explorar de dónde vienen esas palabras que tanto dolieron y qué significado seguimos dándoles hoy.
Hablar de ello con una profesional te ayuda a identificar cuándo se instaló esa creencia, cómo afectó a tu autoestima y en qué momentos sigue condicionando tu forma de estar en el mundo. No se trata de borrar el pasado, sino de resignificarlo con nuevas herramientas emocionales.
En el proceso terapéutico, puedes reconectar con tu identidad más allá de esas etiquetas, elegir cómo quieres nombrarte y recuperar tu propia voz. Porque tú no eres ese apodo. Y tu valor no se mide por cómo te llamaron entonces, sino por cómo te tratas ahora.
En Espai Nun creemos en el valor de acompañarte en cada etapa de tu proceso personal. Si sientes que hay emociones, vivencias o creencias que siguen pesando, estamos aquí para ayudarte a mirarlas con calma, cuidado y sin juicio.